Si se calcula el tiempo que los seres humanos hemos invertido en la búsqueda de la felicidad es posible que los mismos dioses del Olimpo palidecerían ante el resultado en cifras.
Y es que estamos convencidos que la felicidad es una parte inherente a nuestra alma que hemos perdido en un punto desconocido y olvidado de nuestro recorrido a lo largo de la historia, la nuestra personal.
Todavía en la actualidad nos afanamos en alcanzar ese estado de beatitud en el que la tristeza nos deja por completo y la dicha abraza nuestros corazones. El camino por el que nos aventuramos para conseguirlo, aunque sea por breves minutos, es largo, fatigoso y solitario.
No importa si creemos que el estar con una persona en específico es la fuente de esta dicha efímera, pues será siempre en solitario como encontraremos ese granito brillante de felicidad, esa porción mínima que degustaremos ansiosos, como si fuera esta nuestra última cena antes de morir. Importa aún menos si confiamos en que sustancias alucinógenas, dinero o placer serán el origen de este anhelado estado. La realidad es otra.
La vida nos enseña que la felicidad, como perlas, es rara y difícil, a veces hasta imposible, de encontrar. Tanto vale entonces unir nuestras fuerzas y ayudar a otros a encontrar su momento feliz. A saber que, no concentrando el corazón en nosotros mismos sino en el prójimo, nos tropezamos con la porción de felicidad que hemos perdido en nuestro caminar a través del tiempo.
Y es que estamos convencidos que la felicidad es una parte inherente a nuestra alma que hemos perdido en un punto desconocido y olvidado de nuestro recorrido a lo largo de la historia, la nuestra personal.
Todavía en la actualidad nos afanamos en alcanzar ese estado de beatitud en el que la tristeza nos deja por completo y la dicha abraza nuestros corazones. El camino por el que nos aventuramos para conseguirlo, aunque sea por breves minutos, es largo, fatigoso y solitario.
No importa si creemos que el estar con una persona en específico es la fuente de esta dicha efímera, pues será siempre en solitario como encontraremos ese granito brillante de felicidad, esa porción mínima que degustaremos ansiosos, como si fuera esta nuestra última cena antes de morir. Importa aún menos si confiamos en que sustancias alucinógenas, dinero o placer serán el origen de este anhelado estado. La realidad es otra.
La vida nos enseña que la felicidad, como perlas, es rara y difícil, a veces hasta imposible, de encontrar. Tanto vale entonces unir nuestras fuerzas y ayudar a otros a encontrar su momento feliz. A saber que, no concentrando el corazón en nosotros mismos sino en el prójimo, nos tropezamos con la porción de felicidad que hemos perdido en nuestro caminar a través del tiempo.
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